Desde el confinamiento de nuestros hogares y en plena crisis sanitaria mundial como consecuencia del virus COVID-19, es difícil mantener la distancia crítica que exige todo análisis, y más aún, hacer predicciones de futuro. La aceleración de la historia es en estos momentos de tal magnitud que echa por tierra en cuestión de horas cualquier escenario previsible… Aun así, intentemos vislumbrar en qué cambiará el mundo tras esta pandemia, y qué tendencias serán las dominantes a partir de ahora en Asia y en nuestra relación con ese continente.
Para empezar, recordemos algo que la historia nos muestra una y otra vez pero que ahora, sin perspectiva, en plena cuarentena, tendemos a olvidar, y es que tras una crisis como la que estamos viviendo las cosas no suelen ser muy distintas, y a lo sumo se aceleran procesos ya en curso. En este caso, intuyo que no va a ser menos y que desafortunadamente repetiremos algunos de los comportamientos que han generado esta pandemia. Lo que sí se aprecian son una serie de movimientos generales que marcarán el devenir del siglo XXI y la forma en que entendemos las relaciones internacionales: en primer lugar, se acentuará un desplazamiento del eje de poder desde Occidente hacia Asia, algo que ya venía siendo evidente, y que hará que este último continente tenga cada vez mayor peso en el reparto de poder mundial. Se producirá, en ese sentido, lo que algunos han llamado una “asianización” de las relaciones internacionales, que inevitablemente supondrá una pérdida de influencia de Estados Unidos, y sobre todo de Europa. Ese proceso no será abrupto pero sí inexorable, y el ejemplo más evidente es cómo se han impuesto ciertos relatos en la geopolítica mundial frente a la narrativa occidental (véase el caso del macro proyecto chino de la Franja y la Ruta (One Belt One Road), o el cuestionamiento del sistema internacional surgido tras la II Guerra Mundial, sobre todo en el plano económico, algo a lo que por otra parte ha contribuido la actual Administración estadounidense). Las reglas que han prevalecido hasta ahora han favorecido extraordinariamente el desarrollo de Asia en términos de liberalización del comercio e inversiones, o el acceso a nuevos mercados y tecnologías, pero antes o después será necesaria la conformación de nuevos marcos que respondan a los cambios por los que está atravesando el mundo en la actualidad, sobre todo al ascenso de Asia, y en ese proceso se espera de la participación activa del continente, y en particular de China, por la responsabilidad que le impone ser un jugador global de envergadura.
En segundo lugar, puede que tras superar la epidemia haya un repliegue nacionalista, pero tras esa reacción inicial de autoprotección, por otra parte lógica, se intensificarán las iniciativas que apuestan por el multilateralismo. Así ocurrió en 1945, finalizada la contienda, con la creación de las Naciones Unidas, porque, aunque sea una frase manida, los problemas son cada vez más globales y como tales requieren de soluciones que no pueden venir de un único Estado, y si estos no reaccionan en tal sentido la presión de la ciudadanía será cada vez más insoportable. La globalización, por tanto, se resistirá al principio, pero se impondrá de forma natural, manteniendo el carácter interconectado de nuestro mundo.
El COVID19 es un triste recordatorio de esa interconexión: no solo las personas, los bienes y los capitales se mueven libremente; también lo hacen los virus, y por tanto serán necesarias medidas más estrictas para evitar que pandemias como esta se repitan. Hasta ahora, se está poniendo el acento en cómo han gestionado los países la crisis, pero más adelante será inevitable preguntarse sobre sus causas y cómo contener otra de características similares en el futuro, porque ya no se trata de una cuestión de salud pública de carácter nacional, sino de una amenaza sanitaria mundial que ha provocado numerosas víctimas, ha afectado a un elevado número de personas, y con toda seguridad derivará en una crisis económica de dimensiones aún por calibrar. Todo ello legitima al conjunto de la comunidad internacional a exigir que se tomen determinadas medidas y se prohíban ciertas prácticas que están en el origen de esta pandemia. Por esta razón, es probable que países como China vean cuestionado su liderazgo por haber sido, según parece, el foco de la pandemia, y por la falta de transparencia que en opinión de algunos expertos mostró en su gestión, al menos inicialmente. La extensión del virus es una responsabilidad colectiva y no se debería culpabilizar a nadie, pero sí es un hecho que en el continente asiático, con la excepción del ébola, se han gestado tres de las cuatro últimas crisis sanitarias mundiales como han sido el SARS, la gripe aviar y ahora el coronavirus. La implicación del continente a la hora de prevenir nuevas pandemias será fundamental, y no solo con gestos de carácter más o menos propagandísticos, sino con medidas de carácter fitosanitario y la creación de una red de alerta frente a virus que presenten un alto riesgo de contagio y puedan extenderse a terceros países.
Por último, desde un punto de vista económico, el COVID-19 tendrá un profundo efecto en Asia, sobre todo en China, donde, según datos del Banco Mundial, se estima que el crecimiento de la economía no supere en 2020 el 2.3% y en el peor de los casos el 0.1, frente al 6.1 del año pasado. En el resto del continente se prevé que el crecimiento podría contraerse entre un 2.8 y un 1.3%, y quedaría muy lejos del 4.7 alcanzado en 2019. En términos de reducción de la pobreza también sufriremos un retroceso, ya que 24 millones menos de personas podrán salir de la pobreza en Asia en 2020 como consecuencia del COVID19. Por todo ello es probable que las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos, aunque continúen, se relajen, porque de lo contrario perjudicarán la tan necesaria recuperación económica. Entre ambos países suponen más del 40% del PIB mundial, de tal forma que cualquier nuevo enfrentamiento comercial tendrá un efecto severo sobre la economía mundial. No cabe esperar, sin embargo, que la tensión desparezca porque va más allá de un mero conflicto comercial para convertirse en una rivalidad sistémica, pero sí es previsible apostar por una mayor relajación de la tensión sobre asuntos concretos como palanca para superar desde una óptica de colaboración las tasas de bajo crecimiento económico o incluso de crecimiento negativo que se avecinan.
Algunos expertos han llamado ya al siglo XXI el siglo de Asia, y creo que el calificativo no va desencaminado. Cuanto antes nos demos cuenta de que el siglo XIX fue el siglo europeo, el XX el americano y el XXI está llamado a ser, con matices, en un mundo multipolar, el asiático antes comprenderemos hacia donde nos dirigimos.
Javier Parrondo, Director General de Casa Asia @jparrondob