Es justo en esta última parte del mundo donde se plantea con voz más alta una primera cuestión sobre la no violencia unida a una revolución popular: «¿Es posible llevar a cabo una transición a la democracia de manera pacífica?», se pregunta Jahanbegloo. Y la referencia inmediata a la plaza de la Kasba de Túnez parece una clara respuesta afirmativa. Pero el profesor Jahanbegloo también separa formas y objetivos de cada revolución, recordando que las reivindicaciones de allá distan mucho de las de aquí: «España debe democratizar la democracia».Hay otra cuestión más filosófica: la política actual está basada en la necesidad de un estado soberano como poder absoluto. «¿Es necesario seguir siempre este modelo? ¿Qué alternativas al poder existen?», se pregunta el conferenciante. Y sostiene que el caso de Ghandi en India, de Dalai Lama en el Tíbet, de tantos «Ghandis musulmanes» que han tomado la voz en la historia moderna demuestra que es posible cuestionar que el poder tenga siempre la razón. La soberanía compartida no es un caso único en la historia, afirma, y recuerda a Martin Luther King y Sudáfrica o a Polonia, entre otros. El propio mensaje de Ghandi vincula democracia a la acción de los ciudadanos y actores sociales y políticos y no al Estado.
Pero el discurso de Jahanbegloo no se enfrenta a la política, más bien todo lo contrario: «¿Cómo podemos conservar la pasión por la política mientras ampliamos nuestra responsabilidad política?», pregunta. Y en su respuesta aparecen más deberes de los ciudadanos que derechos, la acción unida a no violencia más que la resistencia; su tono es terco al hablar del conformismo y vuelve a apasionarse al mencionar el 15M como ejemplo cercano, nítido y actual de la democracia real recuperada. «Hay que dejar de temer al Estado, no hay que tener miedo cuando luchamos contra cualquier forma de injusticia», sostiene con firmeza. Y añade: «No es necesario estar atado a la política, es un movimento que se autodemocratiza».
El complemento ghandiano ideal para esta participación no violenta de la sociedad sería «eticalización» (y no la moralización, matiza) y la espiritualización (y no la sacralización) de la política. El progreso se ha relacionado con el avance de la ciencia y la tecnología. Aquí el intelectual, indólogo, cree preciso citar a Ghandi: «La civilización en sí misma es el progreso moral de la humanidad», y ésa es la base de la estrategia global para construir la paz.
Y finaliza reconociendo en el movimiento del 15M los elementos de la «trinidad» del pensamiento ghandiano: swaraj (‘autogobierno’), que trabaja para conseguir una transformación social a pequeña escala, descentralizándose; satyagrha (resitencia), que el indio usó para emprender su lucha por la libertad ante el colonialismo y, finalmente, sarvodaya (la elevación del todo). Este concepto mantiene que el sistema occidental de gobierno se basa, aún hoy, en la regla de la mayoría, la llamada «democracia». Pero Ghandi, recuerda, quería estar al servicio de los intereses de todos y de cada uno: de todos.