El populismo, o mejor dicho, la cercanía de los dirigentes con el pueblo, al menos formalmente, no es nada nuevo en China, un país, un pueblo, con un alto sentido de la nación, para el que un líder fuerte no está mal visto. Pero el poder debe ser magnánimo y escuchar
El populismo, o mejor dicho, la cercanía de los dirigentes con el pueblo, al menos formalmente, no es nada nuevo en China, un país, un pueblo, con un alto sentido de la nación, para el que un líder fuerte no está mal visto. Pero el poder debe ser magnánimo y escuchar.
Esa es la regla básica de los dirigentes comunistas chinos, desde Mao a Hu Jintao, un líder chino, como China en tanto que la civilización central en el Planeta, no muestra debilidad. En la tradición confuciana, muestra magnanimidad.
Simplemente, el poder se ejerce con la sabiduría del más fuerte, protegiendo a los débiles, administrando justicia, adecuando las leyes a las necesidades con un cierto sentido del bien común, propio de las filosofías orientales.
En los meses previos a los Juegos de Pekín, Occidente ha visto reiteradamente en público a un primer ministro chino, provisto de un megáfono, cercano al pueblo, ya fuera ante el colapso de las comunicaciones por las fuertes nevadas o entre los angustiados familiares de las víctimas del terremoto de Sichuan.
El megáfono de Wen Jiabao
The Economist ha comparado la imagen de Wen con la del histórico Zhou Enlai, primer ministro querido del pueblo, imagen más amable que el presidente Mao, idolatrado y temido a la vez.
No es el caso del actual presidente, Hu Jintao, con un perfil populista similar al de Wen, aunque se prodigue menos.
De hecho, es como si el binomio que detenta el máximo poder en China se repartiera los papeles ante la opinión pública nacional e internacional.
Si Wen Jiabao es más cercano a los nuevos ciudadanos chinos, Hu Jintao proyecta su altura como estadista en la escena internacional, en la que China empieza a contar como consecuencia de su creciente poder económico.
En Estados Unidos ya no resulta gracioso el juego de palabras con el apellido del presidente chino: ?who is Hu? en referencia a su escaso perfil como dirigente mundial. Hoy representa al país que trae de cabeza al resto de economías del Planeta.
Tanto Wen como Hu se encuentran en su segundo mandato, el último por imperativo constitucional.
De ahí que en lo que queda hasta el Congreso de 2012, a imagen de lo acontecido con su predecesor, Jiang Zemin, asistiremos a la construcción de una imagen para la historia de Hu Jintao con la que pasar a engrosar la larga lista de las dinastías del poder en China.
La lucha contra la corrupción es el principal leit motiv de Hu Jintao, consciente de que las injusticias que conlleva pueden galvanizar el descontento popular y, en consecuencia, amenazar la legitimidad del poder comunista.
Carentes de la legitimidad histórica fraguada en la Larga Marcha, como era el caso del ?Pequeño Timonel?, Deng Xiaoping, quiénes le han sucedido en la dirección de la nueva China que él sacó del atraso secular buscan conseguir una parcela de influencia que les deje a salvo de futuros vaivenes políticos.
El resultado del último Congreso indica que uno de los candidatos a sucederles es Xi Jinping.
Xi Jinping, el héroe anticorrupción
Es la figura emergente del último congreso del Partido Comunista, celebrado en otoño de 2007.
La entrada de Xi Jinping en el Comité Permanente del Buró Político confirma su entrada en el reducido círculo del poder en China.
Es el premio a la eficiente carrera en el Partido Comunista del hijo de uno de sus fundadores, del férreo defensor de la honestidad en el seno del partido y de la administración del estado y declarado defensor de la economía de mercado.
Xi Jinping parece reunir todas las facetas que requiere el futuro líder que debe conducir China hacia su consolidación como gran potencia.
En ese camino, en el que también parece tener un papel reservado uno de los aliados de Hu en el Buró Político Li Keqiang, esperan desafíos de gran magnitud, como la construcción de un estado de derecho y la siempre pendiente apertura política.
Por no hablar de dos substanciales retos en la periferia.
Taiwán, isla menos rebelde
A los dirigentes de Pekín les ha venido como agua de mayo el regreso al poder del Kuomintang (Partido Nacionalista) en Taiwán. Un desafío político menos ante la celebración de los Juegos y tras la revuelta tibetana.
El Partido Nacionalista, que perdió la guerra frente al comunista y se instaló en la isla bajo la protección de Estados Unidos durante los años de la Guerra Fría, es paradójicamente ahora el aliado de Pekín frente a las veleidades independentistas del Partido Demócrata de Progreso.
El espíritu de conciliación que mueve al nuevo Kuomintang en el poder en Taipei busca el beneficio común con un poder comunista que no puede permitirse el lujo de incomodar a la comunidad internacional con una presión excesiva sobre lo que denomina ?provincia rebelde?.
La comunión de intereses no significa una reunificación a corto plazo; son todavía insalvables las diferencias entre la compleja sociedad china, 1.300 millones de habitantes todavía con un profundo abismo entre ricos y pobres, y la democrática Taiwán, un país de 22 millones de personas con un nivel medio de renta elevado.
Pero las fórmulas para encauzar una relación de colaboración entre Pekín y Taipei son múltiples, por lo que si ambos campos se mueven en la moderación, el estrecho de Taiwán no volverá a ser escenario de graves tensiones a corto plazo.
Al fin y al cabo, la soberanía china sobre la isla no está en discusión, solamente su absorción sin garantías de libertad para sus habitantes, extremo que Estados Unidos todavía puede evitar.
La imparable colonización del Tíbet
Diametralmente opuesto es el caso de Tíbet, el territorio a cuyo control China no está dispuesta a renunciar a pesar de la repercusión internacional conseguida por la reciente revuelta.
Para los monjes, subyugados tras las reiteradas revueltas contra la ocupación-liberación de 1950, era ahora, ante los Juegos, o nunca.
Las reivindicaciones nacionales tibetanas han permanecido en la más pura letargia de la política internacional a pesar del dinámico activismo de los simpatizantes del budismo tántrico en Hollywood y la incansable labor del Dalai Lama.
La revuelta de marzo y los reiterados actos de protesta al paso de la llama olímpica en distintos países conseguían forzar la reanudación de los contactos entre Pekín y los representantes del gobierno tibetano en el exilio.
Y ello a pesar de que la propaganda oficial del régimen comunista chino continúa responsabilizando a lo que denomina ?banda del Dalai Lama? de los intentos de desestabilización del Tíbet y China.
Conocedor de la posición de fuerza de Pekín y de que sus apoyos en la esfera internacional son tan llamativos como poco efectivos, el Dalai Lama tiene un margen de negociación escaso ante las ofertas de Pekín, que en un grado máximo de ?generosidad? le permitiría regresar a un Tíbet autónomo cuyo autogobierno deriva exclusivamente de la buena voluntad del poder central.
El Dalai Lama también calcula si es procedente el grado de legitimación que su regreso a Lhasa daría a la colonización china del Tíbet ?millones de chinos han se han instalado en territorio tibetano–.