16/05/2017 | Actualidad

Mongolia es un país de contrastes.
Ya en la historia antigua del país, Gengis Khan era un exponente de esa antítesis. Nómada y conquistador a la misma vez; sediento de poder pero incapaz de mantenerse siempre en un solo lugar para gobernarlo. En el presente, existen varios puntos en los que converge la paradoja de la contradicción.

En un primer lugar, el Gobi es el desierto más grande de Asia; ocupa el 30% de la superficie de Mongolia pero no es un simple océano de arena. Sus inmensas dunas coexisten con montañas que surgen casi de la nada, creando una atmósfera mágica. Es la desventaja del país, ya que se trata de un territorio árido, incultivable; pero es, al mismo tiempo, el atractivo ambiental más importante de la región y el orgullo de los mongoles, que rinden culto al “Gran Cielo Azul” que se dibuja en el horizonte de este espectáculo natural.

La naturaleza es un punto muy importante en la cultura y sociedad mongolas. Se cree que  el primer parque nacional se creó aquí, para conservar los bosques y montañas sagradas de Bodg Uu. Esto es influencia de la religión budista en su rama tibetana, que es la mayor en el país. Una forma de pensar que se ha mantenido durante siglos, pese a que en la época de invasión soviética se ejecutaron entre 30.000 y 3000.000 personas, según el monje G. Purevbat, del monsaterio de Gndan en Ulan Bator -tal como se explica en el monográfico sobre Mongolia de la revista Altaïr-.

Otra contraposición en el país asiático es precisamente la que se crea a causa de la invasión soviética. Ulan Bator, la capital mongola originariamente llamada Ih Hüree, está desde ese momento repleta de iconos comunistas. No obstante, la sociedad mongola nunca los ha sentido como propios y, hoy en día, pese a que se mantienen en las calles, tienen significado irrelevante para los autóctonos. También en la revista Altaïr, se explica la anécdota sobre la discoteca Issimus, que el centro de su pista de baile reina una antigua estatua de Stalin.

El idioma también es una incongruencia herencia de la historia, y es que mientras que la lengua hablada es el mongol, la escritura se basa en el alfabeto cirílico. Según informa EFE, en la actualidad se tiene el objetivo de volver a implantar el afabeto mongol, estéticamente muy distinto al cirílico, siendo éste similar al árabe y de lectura vertical.

No obstante, de todos los contrastes, el más significativo es el que existe entre el campo y la ciudad.

Brechas internas

Hasta ahora, Mongolia ha mantenido una población mayoritariamente nómada, debido al terreno escasamente fructífero. Esta forma de vida supone cargar toda tu casa en la espalda, alimentarse a base de leche y carne -conseguida de forma artesanal de sus propios animales- y estar constantemente en movimiento en función del tiempo.

“Ger” es el nombre que tienen los hogares de los nómadas: un tipo de cabaña forrada con lana que llevan encima todo el tiempo, y montan en unas dos horas. Durante sus viajes, se transportan a pie o a caballo, o incluso en reno, en el caso de la etnia Tsaatan -conocidos como los pastores de renos-.

Una filosofía de vida que se basa en coexistir con la naturaleza, formando parte intrínseca de ella. Esta concepción de la existencia choca con la que se vive en la ciudad: Ulan Bator es cada vez más moderna, y sus habitantes no guardan ya casi ninguna similitud con los que atraviesan las estepas. Los teléfonos de última generación, la televisión, el acceso a internet; básicos de la vida moderna -y occidental- que ya se encuentran en la capital y a los que los nómadas no están habituados.

Desgraciadamente, actualmente se están viendo obligados a ello.
Si bien estas diferencias entre campo y ciudad son las que más dividen el país, hay otro contraste aún más drástico, y es la que hay entre las temperaturas.

El “dzud”, traducido literalmente como “muerte blanca”, es el nombre que dan los mongoles a las temperaturas cambiantes, que pueden ir de 40 positivos en verano a 40 negativos en invierno. Unas duras condiciones climáticas que siempre han azotado a los nómadas, pero que cada vez se están viendo acentuadas por el cambio climático.

La vida en la estepa es ya casi imposible, y muchos de estos viajeros incansables están teniendo que asentarse en las ciudades. Ulan Bator está haciendo frente a una gran presión demográfica, y la forma de sobrellevarla es aún una incógnita.

Todos estos contrastes, entre otras cosas, han convertido a los mongoles en unos valientes. Una estirpe guerrera, que no se conforma. Un carácter que se ha formado a través de la historia y los cambios, y que otorgan al país una identidad única.


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