Por segunda vez, Manmohan Singh, un economista renombrado con fama de gran honestidad, dirigía el gobierno (aunque bajo la tutela de Sonia Gandhi, la presidenta del Partido del Congreso, y de Rahul Gandhi, hijo de ésta y “príncipe heredero”, a la espera de ser Primer Ministro).
Sin embargo, el gobierno se vio pronto salpicado por grandes escándalos de corrupción. El ministro de telecomunicaciones, el encargado de organizar los Juegos de la Commonwealth y varios otros fueron investigados —por insistencia del Tribunal Supremo— y finalmente encarcelados por desfalcos e “irregularidades” de cifras astronómicas, cuyo significado es incomprensible para el hombre común, o am admi, en cuyo nombre el Partido del Congreso había ganado las elecciones. Uno tras otro salían a la luz distintos escándalos de corrupción, avergonzando al partido, sobre todo cuando se descubrió que el Primer Ministro había hecho la vista gorda y no había querido investigar demasiado.
En la India, dar y recibir sobornos es algo cotidiano. Para conseguir un documento, para que cualquier petición a la administración avance, es necesario pagar pequeñas o grandes cantidades. La policía cobra por no poner multas, los burócratas por dar licencias… así mismo cualquier empleado con poder lo aprovecha para hacerse pequeños suplementos de sueldo. Muchas veces también es necesario pagar para conseguir un empleo, un buen destino o un ascenso. Los altos burócratas y políticos cobran sus favores con cantidades proporcionales al servicio prestado, y reciben comisiones por muchas cosas. También hay que decir que la corrupción es en ocasiones muy cómoda: en vez de pagar una alta cantidad al estado por algún tema, se paga un soborno menor al funcionario. Y pagando, se puede conseguir cualquier cosa.
Estos escándalos recientes de alta corrupción fueron la gota que colmó el vaso. De repente, en abril de 2011, y sin saber muy bien cómo y de dónde, un viejo gandhiano (una especie en extinción), Anna Hazare, algo conocido en su estado de Maharashtra por su trabajo social pero prácticamente desconocido en el resto del país, surgió a la palestra y anunció que iba a ponerse en huelga de hambre en Delhi para que el gobierno sacara adelante una ley de defensor del pueblo (Lokpal Bill) mediante la cual una persona independiente y de prestigio tuviera poder para investigar los casos de corrupción. Esta ley llevaba más de treinta años en la lista de espera, pero ningún gobierno se decidía a sacarla adelante. Que una persona, reclamándose de Gandhi, hiciera huelga de hambre contra la corrupción puso al Partido del Congreso (para quien Gandhi, cuyos ideales están por otra parte muy olvidados, es “el padre de la patria”, algo así como el “profeta original”) en un gran aprieto. En todas las ciudades del país mucha gente se echó espontáneamente a la calle en su apoyo. A los dos días de huelga el gobierno consintió en organizar un comité para preparar una ley en el que se incluía a Anna Hazare y a sus asesores (pues detrás de Anna hay un equipo de activistas sociales muy preparados).
Unos meses después, el comité presentó un proyecto de ley en el que —ignorando las recomendaciones de Hazare— el defensor del pueblo apenas tenía poder. Los miembros del Parlamento, por ejemplo, quedaban fuera de su alcance, cuando de todos es sabido que los políticos están a la cabeza de la corrupción. Anna Hazare y su equipo calificaron al proyecto de “broma cruel”, y Anna anunció que se pondría de nuevo en huelga de hambre hasta la muerte mientras el gobierno no aceptara su versión de la ley. El gobierno empezó a ponerse nervioso pero no cedió. Replicó investigando las cuentas de las organizaciones de Anna, sin poder encontrar nada ilegal, e intentando desprestigiar a éste y a sus acompañantes.
El día 15 de agosto, Día de la Independencia, el día anterior al comienzo de la anunciada huelga de hambre, Anna Hazare fue arrestado bajo torpes acusaciones que denunciaban su intención de romper la ley. Esto se reveló como un grave error del gobierno, pues por todas partes la gente salió en manifestación apoyando al viejo luchador. Al día siguiente, tras haber empezado ya a ayunar, y sólo cuando la policía aceptó sus condiciones para llevar a cabo la huelga de hambre, Anna Hazare salió de la cárcel y tomó su puesto en un estrado en la Ramlila Maidán, un gran parque de Delhi —como cuando en su día Gandhi se ponía en huelga de hambre hasta la muerte por distintos motivos—.
La gran desesperación del pueblo de la India, y sobre todo de su amplia clase media, por la extendida corrupción, cuyos tentáculos llegan a todas partes, y por la falta de decisión del gobierno por combatirla, explotó entonces. Viendo en Anna Hazare a un nuevo Gandhi resucitado para regenerar el país, en todas las ciudades y pueblos de la India la gente salió a la calle masivamente. Poniéndose el gorro gandhiano de Hazare, enarbolando banderas de la India, con carteles de “Yo también soy Anna Hazare”, las manifestaciones se sucedían, en tono festivo, sin que se produjera la más mínima violencia. Todos parecían apoyar las palabras de Hazare: “Vamos a luchar la segunda batalla por la independencia de la India”.
Según avanzaban los días el apoyo a Hazare era cada vez mayor. Jóvenes en gran parte, pero también asociaciones de distintas comunidades y profesiones, artistas e intelectuales conocidos, todos se manifestaban en apoyo a la lucha contra la corrupción. Incluso muchos burócratas, en cuyas filas la corrupción es rampante, se vieron obligados a mostrar su apoyo. Un factor muy importante en este movimiento ha sido, sin duda, el apoyo masivo de los medios de comunicación al movimiento. En la televisión, los periódicos, la radio, la imagen y el nombre de Anna Hazare aparecían continuamente. Las tímidas voces disidentes, que ponían en duda la forma en que se estaba desarrolando esta lucha, apenas eran escuchadas.
Según Tushar Gandhi, un bisnieto del Mahatma Gandhi, la diferencia entre este último y Hazare es que Gandhi intentaba convencer al adversario, traerle a su campo, convencerle, mientras que en el movimiento de Hazare había un “ellos contra nosotros”, “mi proyecto de ley contra el tuyo”, una obstinación y falta de flexibilidad que no tenían cabida en Gandhi. Sea como fuere, Anna, asimilándose al arquetipo de Gandhi, concentró en su figura, y como servidor del pueblo, la ira de la sociedad de la India contra la corrupción y, en especial, contra sus políticos, cuya perversión es bien sabida. El gobierno del país se encontraba representando el triste papel del gobierno colonial inglés intentando reprimir a Gandhi y al pueblo indio.
Inamovible al principio, cuando invocaba la “sacralidad del parlamento” frente a unas personas que “no han sido elegidas democráticamente”, el gobierno empezó a mostrar signos de elasticidad según iba creciendo el movimiento. ¿Cómo ignorar este evidente deseo del pueblo? Donde al principio insultaban e intentaban desprestigiar a Anna y su equipo, ahora mostraban su “profundo respeto” por él y su lucha. Pasaron doce días durante los que el anciano de 74 años no probó bocado —ha perdido siete kilos—, su salud oscilante controlada por un equipo de médicos. Finalmente, tras un largo tira y afloja, el gobierno accedió a la mayor parte de sus demandas. El 27 de agosto el gobierno presentó al parlamento para discusión su proyecto de ley, que se tramitará más tarde. Al día siguiente, Anna rompió su ayuno, no sin avisar que la lucha no había acabado, y que no abandonaba el ayuno, sino que sólo lo dejaba por el momento.
Álvaro Enterría