Todos los políticos populistas comparten un cierto aire de familia, como si el populismo más que una ideología, fuese una manera de comportarse ante la vida y las grandes cuestiones sociales que uniformiza a quienes la practican. Acaso sea el efecto de creer que los problemas se resuelven a base de eslóganes manidos y mucho wishful thinking.
Un ejemplo del efecto nivelador que tiene el populismo entre quienes lo practican, lo podemos encontrar en las políticas exteriores de los presidentes Trump y Duterte. Es fácil encontrar en ellas los mismos patrones. Paso a enumerarlos:
1.- Personalismo de la política exterior, que suele ser el reflejo del personalismo que permea toda su acción política. En ambos casos resulta llamativa la intensidad con la que se han lanzado a las procelosas de las relaciones internacionales, cuando nada en sus curriculums previos sugería el más mínimo interés por la política exterior.
Ambos han escogido Secretarios de AAEE que no pudieran hacerles sombra y que acatasen sin rechistar sus directrices en política exterior. El resultado ha sido una política internacional dirigida directamente desde Malacañang/la Casa Blanca con el Departamento de Exteriores jugando un papel marginal de mero ejecutor de las decisiones del Presidente.
En el caso de Duterte, en sus cuatro años de mandato, han pasado por el Ministerio cuatro Secretarios de AAEE distintos: 1) Perfecto Yasay (junio 2016-marzo 2017): Carecía de experiencia diplomática previa y estaba previsto que fuese su mandato fuese transitorio en espera de que el Senador Alan P. Cayetano pudiese asumir la cartera a mediados de 2017; 2) El rechazo de su designación por la Comisión de Nombramientos en marzo de 2017 forzó a Duterte a escoger a otro Secretario más interino todavía: el diplomático Enrique Manalo (marzo 2017- mayo 2017); 3) Para Alan P. Cayetano (mayo 2017-octubre 2018) sin experiencia diplomática, el Departamento fue un mero paréntesis en su carrera política, en tanto conseguía el puesto de Presidente del Congreso; 4) Teodoro Locsin Jr. (octubre 2018- presente): su experiencia diplomática arranca con el mandato de Duterte, que le nombró Representante Permanente de Filipinas ante NNUU-Nueva York en 2017. Ha sido en todo momento un mero ejecutor de las políticas de Duterte.
Otra manifestación de ese personalismo es su tendencia a tomar decisiones en política exterior guiados por filias y fobias personales y de actuar a impulsos. En el caso de Duterte, su anti-americanismo visceral proviene en parte de las historias que le contó su abuela sobre la atroz guerra filipino-norteamericana en Mindanao. Un ejemplo notorio de su toma de decisiones en el calor del momento fue su anuncio de la abrogación del Acuerdo de Fuerzas Visitantes con EEUU en febrero de 2020 como represalia porque EEUU había denegado visados varios aliados políticos suyos involucrados en la guerra contra las drogas; cuatro meses después, ante el aumento de las tensiones en el Mar del Sur de China, se vio obligado a cancelar la abrogación.
En el caso de Trump, ha tenido dos Secretarios de Estado en su mandato, algo inusual, ya que lo habitual es que el Secretario de Estado se mantenga durante todo el mandato. Al igual que en el caso de Duterte, ha orillado al Departamento de Estado, y ha conducido lo esencial de su política exterior a través de asesores ad hoc, empezando por su yerno Jared Kushner. Trump también se ha caracterizado por la adopción de
2.- Romper con la política del predecesor. La prioridad del Presidente Aquino fue apoyarse en EEUU y buscar un partenariado estratégico con Japón ante el gran desafío que supone para Filipinas el conflicto por el Mar del Sur de China. Su gran logro fue la firma del Enhanced Defence Cooperation Agreement (EDCA), que reforzaba la cooperación en seguridad y defensa, en 2014.
Apenas llegado al poder, Duterte deshizo la estrategia de Aquino. Su primera decisión fue meter en un cajón el fallo del Tribunal Permanente de Arbitraje sobre el Mar del Sur de China que era favorable a Filipinas. A continuación anunció su distanciamiento de EEUU y su acercamiento a China, que subrayó a comienzos de septiembre en una rueda de prensa con un colorido “putang ina” (creo que no hace falta traducir el término), que no quedó claro si iba dirigido a Obama o a uno de los reporteros, aunque dado los efectos que tuvo sobre las relaciones bilaterales, resulta inútil la disquisición.
Una sola cifra para mostrar el giro que Duterte ha dado a la política exterior filipina: en sus seis años de mandato Aquino visitó China dos veces y EEUU, siete. En cuatro años de mandato, Duterte no ha viajado a EEUU, pero ha visitado China en seis ocasiones.
De manera similar, la primera decisión de Trump en la casa Blanca fue retirar a EEUU del Tratado del Partenariado Transpacífico, que había sido el golpe geopolítico maestro de Obama. La justificación fue la protección de las industrias y los puestos de trabajo norteamericanos. Sin duda, el mero hecho de que fuera un logro de su predecesor, también pesó en la balanza.
3.- Una política exterior de golpes de efecto. Todo líder populista anhela llamar la atención y nada mejor para ello que un buen golpe de efecto, unas declaraciones controvertidas o dar un giro de 180 grados a la política exterior del país. Duterte lo logró nada más comenzar su mandato, tanto con el “putang ina” que comenté como con un discurso muy controvertido que dio el 7 de octubre de 2016 en el que pidió que EEUU tratara a Filipinas con respeto y que no la usara como a un felpudo, dejando caer la amenaza de que de otra manera podría perder a Filipinas. Otro ejemplo de golpes de efecto son sus dos viajes a Rusia en un esfuerzo por estrechar vínculos con socios no-tradicionales.
En el caso de Trump los golpes de efecto han abundado: las dos citas con Kim Jong-Un, el traslado de la Embajada estadounidense en Israel a Jerusalén, el anuncio de un Plan de Paz para Oriente Medio, el acuerdo de paz con los talibanes… A la larga su mandato será recordado en política exterior por dos cosas: el enfrentamiento con China, que seguramente se habría producido en cualquier caso, aunque un presidente distinto lo habría conducido de una manera menos acerba, y el enfriamiento de la relación transatlántica, que había sido uno de los pilares de la política exterior norteamericana y que sin duda no habría ocurrido con un presidente diferente.
¿Es mejor o peor una política exterior populista que una tradicional? La mejor manera de descubrirlo, es analizando sus resultados. La política exterior de Trump es demasiado compleja como para analizarla aquí. Otra cosa ocurre con la de Duterte.
Tras cuatro años de una política exterior personalista en la que trató de invertir las alianzas tradicionales de Filipinas y resolver la controversia del Mar del Sur de China, acercándose a dicho país y metiendo en el cajón en laudo arbitral que daba la razón a Filipinas, la palabra que más se ajusta a los resultados es fracaso.
El pasado 23 de septiembre, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, reivindicó el laudo arbitral que llevaba pasando en sordina durante todo su mandato y declaró que ahora es parte del Derecho Internacional y que no está en manos de los gobiernos pasajeros diluirlo, disminuirlo o abandonarlo. Por otra parte, la reversión de la abrogación del Acuerdo de Fuerzas Visitantes y el mantenimiento de la participación de la Armada filipina en los ejercicios “Rim of the Pacific”, que organiza EEUU bienalmente, indicaría que la política exterior filipina estaría volviendo a sus cauces tradicionales tras un largo rodeo de cuatro años.
Emilio de Miguel, embajador de España en Tailandia