El hallazgo lo hizo Kihachiro Aratake, director de la empresa turística Yonaguni-Cho, en 1987. Durante una excursión para encontrar localizaciones para el buceo, el empresario se quedó paralizado del asombro al ver una gran formación rectangular (150m x 45m) imponente en el fondo de las azuladas aguas del Pacífico y custodiada por grandes grupos tiburones martillo. El punto más alto de la roca rozaba casi el borde de la superficie casi a los 5 metros y desde ahí descendía aproximadamente 30 m antes de fundirse con el fondo. Para hacerse una idea de la magnitud del monumento es recomendable el siguiente vídeo.
Diez años después con el incremento de la popularidad como destino de viajes de buceo, el magnate de la industria japonesa Yasuo Watanabe organizó una expedición de periodistas y científicos al lugar. Dos televisiones, Channel 4 y Discovery Channel, grabaron cómo geólogos inspeccionaban el lugar y databan la antigüedad de la roca en 10.000 años de antigüedad. Lo que implicaría inexplicables estructuras contruidas con herramientas inidentificables antes de la construcción de las pirámides de Gizeh.
A partir de ahí se teorizó sobre la posibilidad de que éstas ruinas sean probablemente lo último que queda de la legendaria civilización perdida de Mu, que guarda cierta similitud con la occidental Atlántida al ser devorada por un enorme tsunami. La prueba esgrimida es la erosionada cabeza de alguien con rasgos moai, los mismos de las Islas de Pascua. Incluso algunos se han aventurado a defender un disparatado origen alienígena de la formación como geoglífo, como las líneas de Nazca.
Por ése mismo motivo también encontramos escépticos que catalogan éstas teorías como imaginaciones de conspiranoides al ver una formación rocosa inusual. Defienden que ahí no hay nada más que erosión natural de las corrientes predominantes en la zona y que los “dibujos” encontrados no son más que rascadas.
Tal vez un exhaustivo análisis llegue a explicar convincentemente algún día que pasó o que no pasó en Yanaguni hace miles de años.