13/12/2012 | Actualidad

Un entorno acogedor y hermoso donde la comunidad tibetana se ha asentado desde 1960. Aquel año, el Dalai Lama emprendió su exilio junto a una gran caravana de compatriotas tibetanos camino a la India. Único territorio que les podía ofrecer un hogar. El presidente indio por aquel tiempo Jawarhal Nehru lo autorizó junto con sus acompañantes y seguidores a establecer un gobierno tibetano en el exilio.

Dharmsala está situada a los pies de los montes Dhauladar. Antaño había sido uno de los últimos enclaves de la civilización, primero para los yoguis y ascetas que se dirigían a los Himalayas a meditar y, después, durante la época del Raj británico, para los colonos que deseaban huir del calor de las zonas más calidas y áridas de la India. Hoy en día, la ciudad cuenta con una población de 20.000 personas que se asientan en las dos partes de la urbe: la parte tibetana alta de la ciudad que se llama McLeod Ganj (donde se concentran el mayor número de lugares de interés) y la parte baja (donde se encuentran los hoteles, comercios, centros administrativos).

Si nos dirigimos McLeod Ganj, no podemos dejar de ver el templo de Tsuglagkhang (el templo budista más grande fuera de Tíbet). Cuenta con una estatua de Buda de tamaño natural y es todo un lugar de perenigración para peregrinos. Cerca del templo se encuentra el Instituto de Norbulingka, una réplica del hermoso palacio de verano de los Dalai Lama en Lhasa, donde se imparten estudios tibetanos.

Gran número de occidentales llega a Dharamsala en busca de la sabiduría milenaria tibetana. Y, encuentran sus ecos en las escuelas y templos de la ciudad. Para el viajero, esta ciudad es una perla desde el punto de vista cultural ya que puede disfrutar de uno de los únicos lugares del mundo donde se conserva la cultura tibetana en estado puro.

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