11/03/2016 | Actualidad

El viernes 11 de marzo de 2011 un potente terremoto de magnitud 9 en la escala de Ritcher sacudió la costa nipona, a 70 kilómetros al este de la Península de Oshika, en la prefectura de Miyagi. Media hora después del seísmo, llegó el tsunami, cuyas olas alcanzaron más de 30 metros. El tsunami arrasó cientos de kilómetros del litoral, destruyó más de un millón de casas y golpeó a la central nuclear de Fukushima 1, inutilizando tres de sus seis reactores al quedarse sin electricidad y averiarse sus sistemas de refrigeración.

El país entero se movilizó para ayudar a las víctimas del terremoto y posterior tsunami y la sociedad japonesa se organizó para hacer frente ante la magnitud de la tragedia, mientras recibía en paralelo muestras de apoyo de muchas partes del mundo y ayuda internacional.

Cinco años después, el debate en torno a la energía nuclear sigue estando muy presente en el país nipón que contaba antes de la tragedia con 54 reactores que sumaban sus 17 plantas nucleares, a los que hay que descontar los seis inutilizados de Fukushima 1. En la zona donde se ubicaba la central de Fukushima, más de 100 mil residentes tuvieron que ser evacuados y todavía hoy la mayoría de ellos no ha podido regresar a sus casas debido a los niveles de radiación que contiene la zona de exclusión que rodea la prefectura de Fukushima.

Tras el apagón de sus centrales en 2011, Japón se ha visto obligado a importar combustibles fósiles, petróleo y gas natural, para compensar la energía nuclear que alimentaba el 30% de sus necesidades energéticas. Una circunstancia que, por otra parte, ha desequilibrado su balanza comercial y generado déficit comercial.

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