Habib Royan no sabe qué edad tiene. Tampoco le parece relevante. Lo que importa es que ella y su familia han logrado escapar con vida de Buner, un hermoso valle del noroeste de Pakistán convertido en campo de batalla entre Ejército y talibanes. “Echo de menos mi casa”, dice aún traumatizada tras dos semanas de bombardeos. La fiereza de los combates les han obligado a descender hasta las llanuras agostadas del vecino distrito de Swabi, un poco más al sur. Ella, su madre y sus hermanos sufrieron algo más que cañonazos, fueron, como otras muchas mujeres, víctimas colaterales del purdah, tradición pastún que impide que las mujeres sean vistas por hombres ajenos a la familia. “Mi padre trabaja en Dubai y no había ningún hombre para sacarnos”, explica Habib Royan. Permanecieron encerradas en su hogar sin apenas comida
Habib Royan no sabe qué edad tiene. Tampoco le parece relevante. Lo que importa es que ella y su familia han logrado escapar con vida de Buner, un hermoso valle del noroeste de Pakistán convertido en campo de batalla entre Ejército y talibanes. “Echo de menos mi casa”, dice aún traumatizada tras dos semanas de bombardeos. La fiereza de los combates les han obligado a descender hasta las llanuras agostadas del vecino distrito de Swabi, un poco más al sur. Ella, su madre y sus hermanos sufrieron algo más que cañonazos, fueron, como otras muchas mujeres, víctimas colaterales del purdah, tradición pastún que impide que las mujeres sean vistas por hombres ajenos a la familia. “Mi padre trabaja en Dubai y no había ningún hombre para sacarnos”, explica Habib Royan. Permanecieron encerradas en su hogar sin apenas comida.
Leer artículo en: